Comentario
La escultura adquiere un mayor papel cuando se impone el rito de la inhumación; aunque la mayor parte de los cadáveres se entierran dentro de una simple caja de madera, o incluso envueltos en un sudario, algunos de los más pudientes eligen costosos sarcófagos de piedra, que en un primer momento fueron importados en Roma y de otros centros productores y que, con el paso del tiempo, llegaron a fabricarse también en algunos lugares de la Península Ibérica. La cara delantera -y en algunos casos también las laterales- de muchos de estos sarcófagos se convierten en un campo donde plasmar motivos religiosos, iconográficos o históricos relacionados con las creencias del difunto, con algunos de los momentos cumbres de su vida terrenal o, simplemente, con las tendencias y modas artísticas dominantes en el momento de su fabricación.
Algunos de los temas que encontramos en los sarcófagos no son exclusivos de estos monumentos, sino que se refieren al repertorio iconográfico y simbólico romano, primando, de una u otra manera, su contenido funerario. Entre ellos destacan los diversos episodios de la vida de Dioniso, Orestes, Proserpina, las Estaciones del año, Apolo y las Musas, etc., en referencia a los distintos aspectos escatológicos y soteriológicos de sus respectivos cultos. Así, la alusión a Dioniso se refiere al sueño que produce el vino que es preludio de muerte, pero también al episodio de la resurrección de esta divinidad; los episodios de la vida de Orestes se relacionan con la muerte vengadora y el remordimiento posterior; el mito de Proserpina, raptada por el dios de los Infiernos, Plutón, hace reflexionar acerca del Hades y su mundo de sombras, en el que vagan perdidas las almas de los difuntos; las Estaciones, Apolo, las Musas y toda una amplia serie de difuntos relacionados con actividades musicales e intelectuales nos hacen ver el paso del tiempo que lleva inexorablemente a la muerte, pero también la posibilidad de vencerla y, sobre todo, de superar el olvido que conlleva, mediante el cultivo de la música y de las diversas artes.
Existen también otras muchas representaciones que hacen referencia a aspectos más profanos: las cacerías, las batallas, etc. El sarcófago se convierte en un campo donde se plasman aspectos relacionados con la vida del Más Allá, que acompañen permanentemente al difunto en su última morada.
En la Península Ibérica contamos con una nutrida representación de sarcófagos, entre los que se encuentran algunos de gran interés. Como en el resto del Imperio, en ellos se reproducen principalmente motivos iconográficos religiosos y mitológicos, relacionados con algunos temas muy concretos; tenemos así, por ejemplo, el sarcófago de Husillos, en Palencia, con una representación del mito de Orestes. Otro, procedente de las proximidades de Santa Pola (Alicante) representa una escena del rapto de Proserpina: en el centro Plutón se dispone a raptar a la joven, que cae a tierra víctima de la sorpresa; a la derecha, consumado al rapto, el dios conduce a Proserpina en su carro en dirección al Hades; a la izquierda, Ceres recorre la tierra en su carro con una antorcha en cada mano buscando a la hija desaparecida. En uno de los lados menores, una escena muy significativa: una figura envuelta en un manto, con la cabeza velada, es presentada por Mercurio o Plutón, quien la acoge benévolamente; es una alusión al Hermes Psicopompos, esto es, al Mercurio conductor de las almas de los difuntos hacia el Más Allá, y a la entrega de estas almas al dios de los infiernos.Otro de los sarcófagos de mayor interés es, sin lugar a dudas, uno de Córdoba que se conserva hoy en el Alcázar de esta ciudad; se trata de un sarcófago típico de la época de la Anarquía Militar, de mediados del siglo II d. C. En el centro, un amplio portal entreabierto, flanqueado por sendas columnas y coronado por un frontón, reproduce la entrada de un edificio simbólico que puede ser o bien la propia tumba o bien la puerta del Hades. Hacia ella confluyen marido y mujer, uno a cada lado de la puerta, en compañía de sus respectivos maestros. Es un tema muy querido en los sarcófagos romanos, a lo largo de toda su historia: la salvación a través del estudio, del cultivo del espíritu por medio del ejercicio intelectual, que, según las creencias pitagóricas y neopitagóricas permitía educar el alma y prepararla para su superviviencia espiritual en el Más Allá.
La necrópolis paleocristiana de Tarragona ha proporcionado también un número considerable de sarcófagos, aunque no pocos de ellos carecen de elementos que nos permitan identificarlos como cristianos. Uno de la misma fecha que el de Córdoba corresponde al tipo denominado de leones; tiene forma de bañera, con los extremos redondeados, en los que sendos leones aparecen en el momento de devorar a cervatillos. En el centro, el retrato de una mujer sobre pedestal, con un volumen en una mano, y el fondo relleno de estrías onduladas que reciben el nombre de estrígiles y que van a ser uno de los motivos decorativos más características del arte funerario tardorromano. Todo ello tiene, una vez más, un marcado carácter simbólico y funerario: la forma de bañera recuerda en último término el lenos o cuba de pisar el vino, pues no hay que olvidar que el vino está asociado al sueño y el sueño a la muerte; Dioniso, dios del vino, es también un dios de la muerte; los leones devorando animales inocentes son también un símbolo característico, pues no en vano el león se asoció desde época inmemorial a la muerte.